El exilio de los nombres
EL LECTOR SERÍA ese yo, de aquel otro que desea oírse, dilatarse en metá¬fora y en ello entre¬garse al acto del amor, el cruce con el público sólo debe ser dis-creto porque es el sujeto quien asciende por desinhibir nuestras fogosidades hasta los límites de lo que es o no real para el lector (mi sujeto desdoblado en otro). El encantamiento que le produce la lectura de Cortázar abre las puertas a los senti¬mientos, a lo inefable y a las emociones por decir lo primero de su creación. Pero aclaro, estas emociones son inte¬lectua¬liza¬das y, por extraño que parezca, dejadas a un lado y envuel¬tas en el signo. Tal como lo entiendo, un vínculo conceptual que nos traslada al conoci¬miento o al símbolo propio de esa escritura que seduce ante la atracción. Y eso lo sabemos de ese discurso de la sorpresa, lo irrealizable y las emociones. Esto nos devuelve a las sensacio-nes. Como quiere Fernando Pessoa, convertir al objeto en arte, la sensación en objeto.
La deuda en el artista sería estar consciente de esa sensación.