Crónicas y tópicas de la edad de la muerte
El auge del minicuento como concepto y como práctica de escritura en los finales del siglo XX dejó dos aportes de principio a una literatura del futuro: la indiscernibilidad genérica como efecto de una póiesis pura ꟷun gesto inicial y final al mismo tiempoꟷ, y la intensidad del texto como correlato de la brevedad. Crónicas y tópicas de la Edad de la Muerte es una muestra de esta estética que construye una narrativa del acontecimiento poetizado y suspendido como un cuadro, un fotograma que posee en sí mismo su propia luminosidad. La ilación de estos pedazos narrativos es reconstitución de una novela perdida, hecha imposible por la fragmentariedad del sujeto, que constela los instantes como pedazos dispersos de un espejo roto, haciendo convivir en un presente eterno todos los tiempos naufragados de una conciencia cuya única coherencia parece ser la de una sucesión ilimitada, y su única supervivencia la de una inscripción enigmática para otra conciencia futura, cabalgando entre la filosofía y la literatura, y jugando teatralmente con su historia, desde los conceptos, las confesiones, el vocabulario, los diálogos de los sabios y las demostraciones geométricas, hasta las anotaciones del filósofo moribundo que no cree en la muerte.