Vivo en Avalón
Abro este libro sin tiempo, o más bien dentro de esa temporalidad de lo que Vladimir Soloviev llamaba -más allá de una cuestión de género, sino como principio cósmico y metafísico esencial-, «La dimensión de lo femenino»: Sophia y el Eterno Femenino, visión que ha sido recreada en casi todas las narraciones antiguas y los grandes mitos o poemas de la creación y su despliegue existencial. Debo confesar que, aunque me he sumergido en los textos, desde su fondo y su trasfondo, he podido ver a modo de milagro, cómo la voz de una mujer actual que, encarnando a Sophia, (este libro debe ser leído, soñado o evocado en voz alta) resurge a la superficie desde la hondura y a modo de isla sagrada va integrando a través de un drama vital y desde su horizonte amniótico y acuático, el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el amor y el desamor, constituyéndose a sí misma en receptáculo de la divina sabiduría. «Ella» desde siempre ha sido el principio unificador que conecta a Dios con la creación, un puente entre lo divino y lo terrenal.