VenezuelaVenezuela
Detalle
ISBN 978-980-18-7469-0

Gilberto Urdaneta Besson: Testimonio de la vida política
Entrevistas con Luis Perozo Cervantes

Autores:
Luis Perozo Cervantes
Urdaneta Besson, Gilberto
Colaboradores:
Semprún Parra, Jesús Ángel (Prologuista)
Luis Perozo Cervantes (Diseñador)
Luis Perozo Cervantes (Coordinador Editorial)
Editorial:Luis Ramón Perozo Cervantes, (Sultana del Lago Editores)
Materia:Oratoria venezolana
Clasificación:Activismo político
Público objetivo:General
Publicado:2025-10-29
Número de edición:1
Número de páginas:152
Tamaño:14x21cm.
Precio:Bs4.500
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

Hay libros que no piden permiso para nacer: se plantan en la mesa y dicen “escúchenme”. Este es uno de esos. No llega con alardes ni golpes de pecho, sino con una voz que aprendió a servir antes que a mandar. Una voz que conoce el tamaño del país en la exactitud de un centímetro de asfalto y en la paciencia de una puerta que se abre para recibir a quienes protestan. Una voz que entiende que el poder, si no se hace cargo de los más pobres, apenas es ruido.
El lector encontrará primero la noticia que le cambia el pulso a la memoria: el muchacho de ingeniería invitado por los jesuitas a levantar una obra para “los pobres más pobres”, y el reconocimiento, años después, como el último fundador vivo de Fe y Alegría. No es un trofeo: es una llave. Con ella se abren estas páginas y también un modo de mirar el país. Porque quien sirve temprano ya no se olvida de por qué hace las cosas.
Antes de los cargos y los decretos, hubo aulas cercadas y pasillos vigilados. La Ciega como una isla con respiración contenida, la Seguridad Nacional apostada en las bocacalles, el “Caribe” como un edificio que aprendió a dar miedo. La madrugada se partía con la decisión de salir o de quedarse. Se eligió salir. No para asaltar el Palacio, todavía no; para tocar primero el timbre del Arzobispado. La política, en Maracaibo, se aprendía así: caminando entre instituciones, con el corazón latiendo como si fuera tambor de gaita y examen final.
Luego llegaron las oficinas de Obras Públicas y, con ellas, el país que se cose con carreteras. Carreteras de penetración: puntadas firmes que unen pueblos del Lago y los arman como si fueran una familia que se había quedado sin sobremesa. No eran consignas: eran medidas. Si el proyecto decía diez, se entregaban diez. El país, entonces, se volvía una forma de honestidad. La técnica como conciencia. El ingeniero que sabe que la ética también se escribe con números.
Cuando la vida pública lo puso al frente del estado, la brújula no cambió: sostener la obra y educar a la ciudadanía. Niños Cantores del Zulia como una declaración de Estado: la música no es adorno, es método de convivencia. Con el coro afinado en Viena y un pequeño teatro levantado en un puñado de meses, la cultura dejó de ser “acto bonito” y se volvió una maquinaria de hábitos: puntualidad, ensayo, disciplina, alegría de pertenecer. Donde otros buscan una plaza para cortar cintas, aquí se abre una escuela para aprender a respirar juntos.
Gobernar, sin embargo, también es lo que se hace cuando alguien grita desde la calle. La marcha universitaria avanzaba como un río con preguntas. El cálculo fácil decía: reprimir. Pero se escogió lo contrario: custodiar la ruta, recibir la marcha, dejar que la institución abra la puerta y el conflicto se vuelva conversación. No hubo humillación. No hubo héroes de trinchera. Hubo Estado. Si uno tiene que elegir un gesto para explicar el tono de estas conversaciones, que sea ese: autoridad sin grito, firmeza sin espectáculo.
No todo, por supuesto, es ceremonia de logros. Hay un hueco que se anunció como promesa y terminó siendo basurero. Una ciudad que aprende con su propia vergüenza. El lector haría bien en no pasar la página rápido: esa imagen anticipa el país donde el anuncio sustituyó al trabajo, y el titular, a la rendición de cuentas. Allí, la política pierde la voz y le queda, apenas, la garganta.
“Tú de dónde vienes”, preguntan siempre. “Nací en Copei”, responde sin banderas. No hay fanfarronería, tampoco excusas. Sólo una pertenencia asumida que autoriza la crítica. Porque el que sabe de qué casa salió puede contarnos también de las grietas del techo y de las habitaciones que deberían volver a abrirse. En un país donde la división se heredó como si fuera apellido, esa frase simple vale por una reforma educativa.
El arco de este libro abarca un tiempo que el lector recuerda con los dientes apretados: la abundancia que se vuelve quiebre, el quiebre que se vuelve calle, la calle que deriva en asonadas, el país que termina eligiendo a sus verdugos con entusiasmo de converso. Aquí no hay melodrama; hay testimonio. Hay un modo de narrar que no se esconde detrás de adjetivos ni de estadísticas con traje de domingo. Se habla de lo que se hizo y de lo que no se hizo. De lo que fuimos capaces y de lo que nos traicionó.
Por eso este libro no pretende canonizar ni absolver. Pide algo más difícil: aprender. Aprender que el servicio temprano vuelve íntegra la autoridad. Aprender que una carretera bien hecha es una promesa cumplida, y que una institución cultural es una reserva de república. Aprender que la protesta no es el enemigo sino el examen. Aprender que la corrupción no empieza en una caja fuerte, sino en una costumbre que deja de mirar la medida, de contar los centímetros, de cumplir la palabra.
Quien lea estas páginas en clave de golpe de efecto se perderá la música. Aquí el habla es seca, con humor a veces, con asombro otras, con la serenidad de quien ya vio demasiadas tormentas y aprendió a guardar pan para cuando no haya. Aquí la épica es austera. No hay héroes de bronce: hay gente que llega a la hora, paga a la tarde, inaugura cuando aún huele a pintura fresca y vuelve a la mañana siguiente para ver si la puerta cierra bien.
Este testimonio de la vida política invita a un pacto sencillo: cuidar. Cuidar el centímetro prometido. Cuidar el derecho a disentir sin miedo. Cuidar las instituciones donde los niños afinan la voz y los adultos aprenden a escuchar. Cuidar las palabras que nombran la pertenencia y no cancelan el diálogo. Cuidar la memoria de los oficios públicos que no se anuncian: se cumplen.
Si el lector busca un consejo para entrar a estas conversaciones, que lo haga como se entra al Lago al amanecer: sin prisa, con respeto por la corriente, sabiendo que el agua trae sal y petróleo, luz y sombra, y que, aun así, seguimos llamándola hogar. En la primera entrevista late el país que salió de la asfixia y quiso ser decente; en la segunda, el país que se probó a sí mismo entre quiebras, gritos y promesas rencorosas. Entre ambas, un hilo: la terquedad de construir.
Abramos, entonces, Gilberto Urdaneta Besson: Testimonio de la vida política con el oído atento. No para aplaudir lo que fuimos, sino para recordar cómo se hace. Porque, a veces, la esperanza es sólo esto: un ingeniero contando sin temblor los centímetros de la obra, un coro que afina antes de salir a escena, un gobernante que prefiere abrir la puerta en lugar de cerrar la calle.

Contáctenos:

Torre Norte, Centro Simón Bolívar, Piso 20. El Silencio. Cenal / Ministerio del Poder Popular para la Cultura / Tel. cenal.isbnvenezuela@gmail.com