Con el río a la espalda
antología poética
Que la poesía de Pedro Ruiz viene de la palabra campo, lo afirman o sugieren, tras casi cuatro décadas de su primer libro Con el río a la espalda (1985), distintos lectores muy autorizados que la recibieron desde la crítica, el afecto o lo periodístico. Son los suyos lectores autorizados no sólo por la oriundez común de la mayoría (José Pepe Barroeta, Ramón Palomares, Julio Borromé, Ana María Oviedo Palomares o Eduardo Viloria Daboín), sino por el desapasionamiento de la crónica y la crítica (Luis Alberto Crespo, Ernesto Román Orozco, Isaías Cañizales y Leonardo Ruiz Tirado) o el reconocimiento transgeneracional (Inti Clark). Estas aproximaciones oyen voces del río mnésico donde abrevaron ancestros y coetáneos del trujillano Pedro Ruiz, en una sorprendente sencillez de la que adviene intensa reminiscencia que otorga al orden lírico significativa jerarquía testimonial sin huir al candor de lo humilde, pues los parientes, el dolor y la pobreza de los campos andinos dignificados en su humana y natural condición, recitan con amable parsimonia el ensueño y la inocencia. Todo en la poética de Ruiz es de Dios, pero de un Dios de los humildes lares; el poeta no proviene de unos campos: es tierra de esa, de campo subido, de ladera bordada de legumbres por su padre. La poesía de Pedro Ruiz es para los lectores aquí congregados, diálogo telúrico desde el sentimiento en los lugares primordiales de la casa campesina y el labrantío en cuanto espacios de trabajo por excelencia, cantados por la poesía desde tiempos inmemoriales: trabajo y obra, poesía como oficio, belleza obrada en el cauce de lo inasible, del río de los areneros y su sonora geografía de brote y germen. Precisamente, la poesía aquí estudiada se inscribe en una tradición de estos Andes por instantes oníricos, con potente polifonía de telúrica y mítica magia operante en textos para re-conocerse, antes de que la muerte trascienda a la vejez melancólica del bardo en una escritura arada como tierra de labor.